lunes, febrero 27, 2006

otra vez el príncipe y la princesa

...una historia que me ronda la cabeza desde ayer, un par de imágenes, antes que nada: Se trata de un príncipe, que por milagros de la vida tiene la piel de un erizo o puerco espín y anda montado en un gallo enorme, es poderoso, pero nadie quiere casarse con él por su apariencia. Le salva la vida a un rey, y éste le da a su hija. Él la toma, pidiendole que por tres días no le pregunte de dónde viene ni toque la piel espinosa que se quita cada noche de nupcias, al dormir con ella. Pero esa tonta, arrobada porque sin piel el príncipe es hermoso, la lanza a la chimenea. El príncipe-puercoespín la abandona, adolorido y furioso. Ella se arrepiente, cómo no hacerlo, decide lanzarse en su búsqueda. Agotará caminando tres sayos de tela dura y tres pares de zapatos, unos de bronce, otros de hierro, otros de acero... su cabeza se tornará blanca, y verá muchas cosas, hasta cambiar internamente y merecer hallarlo. El resto, como los cuentos no son las historias, no te dice cómo viven las personas felices, quizás porque ellas mismas no se dan cuenta en qué consiste su felicidad. Quizás, lo que me pasa es que yo sé que necesito cierto orden de procesos,ciertos desafíos a lo largo del tiempo, antes de saberme merecedora de algo, de alguien

lunes, febrero 20, 2006

Irlanda

Mataron a todos, los mabinogios: guerreros, pastores, marineros, mujeres. Hubo sangre, huesos rotos, y desolación. Cinco de ellas, encintas, quedaron. En una cueva, en un desierto, lejos de todos aquellos que ebrios buscaban la muerte. Cinco hijos tuvieron, salvajes, que se hicieron como si el mundo entero fuese suyo. “Al ser hombres, al interesarse por las mujeres” dice el Mabinogi, como si una cosa implicara la otra, “cada uno desposó a la madre del otro”. Y poblaron, así, cinco reinados.
Meath y Ulster aún conservan su nombre. Conacht, Leinsten y Murster deben estar escondidos tras las denominaciones geográficas del siglo… Ni la loba que alimentó a Rómulo y Remo, ni la pareja que fundo el Tahuantinsuyo, al bajar del cielo, me llegaron tanto como la imagen de éstas abandonadas, valientes, capaces de sobrevivir para parir un reino. Dios salva a las reinas…sin duda

viernes, febrero 17, 2006

bestiario


Bajan a comer los fríos cadáveres de los seres del mar salado. Melenas al viento, fauces cerradas y ojos avizores, están escondidos tras los árboles oscuros, en lugares sin nombre...

lunes, febrero 13, 2006

cuando me hablan del mundo

Tengo una idea del mar que se reduce a los diversos azules y relieves dentro del celuloide, armado en mi memoria a base de comparaciones y recuerdos de horizontes blanqui-azules, salados, fríos y tibios, de un par de orillas donde me he zambullido y zarandeado en los dos costados del continente.
Tengo una idea más difusa aún de los territorios que bordean el Pacífico y el Atlántico, reducidos a una serie de clichés televisivos y a una impresión brumosa, producto de las horas de andar revisando mapas y nomenclaturas en mi, atribulada, cabeza.
Cuando me hablan del mundo, mi mente escucha la lluvia incesante de datos que conforman mi experiencia.
En cuanto a las relaciones intra humanas, mi comprensión va amoldándose: dentro y fuera de mi cuerpo laten todos al unísono, debajo de los 37º C que definen la cálida masa amorfa que constituimos.
Y aún así, con toda esta confusa serie de imaginarios en mi cuerpo y mi cerebro, dicen que soy una persona seria y coherente, de la que se pueden esperar sensibles opiniones sobre lo que nos rodea y acontece.

lunes, febrero 06, 2006

formas de llegar

Abres la puerta, hay cucarachas por todo el piso, muertas, y huele a encierro. “He estado afuera demasiado tiempo”, murmuras, mientras te pones a barrer.

Llegas y lo primero con lo que te topas son las cuentas sin pagar, lo segundo: con que te han cortado la luz. Hay tantas cosas rotas y tú vienes tan cansada que sabes que hasta no ver otro día no tendrás ánimo para enfrentarte a ellas. Así que no te queda otra que arreglar el primer colchón que encuentras hasta que te da hambre y decides salir, tras una ducha.

No quieres que nadie sepa donde estás o que llegaste, así que evitas el teléfono por un rato. Es un lunes –esa tu manía de llegar los lunes- y tu hambre combinada con la noche borrascosa te empujan a un café chico, de moda pero en estas circunstancias vacío, y tus ganas de gastar un poco de dinero y saciar tu apetito te empujan a pedir spaghetti a la gorgonzola. Afuera, llueve.

Sales corriendo a hacer cola para pagar todas las cuentas atrasadas, porque quieres luz y gas y una ducha tibia mientras escuchas a Drexler. Hasta más allá de las doce no te haces un espacio para comer un sándwich francés, antes de hacer otra cola y conseguir dos entradas para Sabina. Menos mal que llegaste a tiempo, son casi las últimas medianamente vivibles. Luego, sin querer llamar a nadie –pocos son los que te llamarían, en realidad- te metes a ver Old Boy (la escena del calamar vivo es impresionante como decían, el resto no) y luego tratas de comprar un poco para paliar tus ganas mal atendidas de comer.

Con el spaghetti y una vela como compañía, escuchas llover. En tu abstracción (eso que haces siempre, cuando tienes dos segundos de sosiego) no te das cuenta de que la calle se está inundando. Al salir, no podrás hallar taxi por un buen par de cuadras, y estás mojada, con las sandalias beige plataforma en una mano y el cabello corto humedecido, mientras sonríes feliz pateando el agua sucia. No está mal llegar así, después de todo.

Hay mucho en oferta, pero aquí no te dan ganas locas de flan como cuando estas en tu país, ni los yogures te parecen tan apetecibles. Además, cada trozo de queso vale lo que dos entradas al cine y si te preguntan, “cine o sardina” tú deberías responder, como el Gran Caín Cabrera Infante, que o cine o cine. Debe de tener algo que ver con eso de que la comida embrutece y el alcohol ilumina, debe ser algo como el alcohol, el cine. Antes de dormir con el estómago más vacío que lleno, seguro agradecerás al cielo y a la vida. Oportunidades de llegar así de satisfactoriamente a un lugar ajeno son difíciles, en verdad.

“Quizá” te dices, mientras te metes a la cama solitaria, “la cuestión está en saber llegar, como dice la ranchera”. Otra manía tuya, aparte de la abstracción, es pensar boludeces como ésa.

jueves, febrero 02, 2006

A mi costado

“No tengo alas para llevarte, pero si faltas, cómo salvarme” (Ismael Serrano)
Todavía no le pregunté si se quedará, temo mucho la respuesta de un jamás, de un imposible. Temo, por sobre todas las cosas, que ella reflexione y considere su actuación, su comportamiento, como algo descabellado e irracional. Aún, por suerte, me mira como la primera vez, con esa mezcla de voluptuosidad y amansamiento que la caracteriza. No olvidaré yo, nunca, la manera en que una noche apareció en mi cama y decidió quedarse. Desde ese primer desayuno mi escrutinio no cesó en la búsqueda de una razón para su estadía, sin hallar nada que me distinga del resto, de los otros. Con el tiempo y la calidez de sus manos, con la rutina y el amor de sus comidas, me fui calmando. Aún, a veces, la miro con aprensión: temiendo el día en el que vuelva a “nuestro” lugar y no la encuentre, temiendo esos días frenéticos de ir buscándola, sufriendo como si ninguna otra mujer pudiese reemplazarla. Acaso ninguna puede. Mientras tanto, consciente del milagro de su permanencia, no ceso de llevarle flores, regalos y comida, para que se acostumbre y sienta -¿es que pido demasiado?- que éste es su lugar en el mundo. No quiero imaginarme mis noches con su ausencia, el día en que ella despierte y decida, a la fría luz de los hechos y los días, que no soy quién para hacer, (de mi persona, de mi compañía), la razón de su demorarse aquí, a mi lado.