lunes, julio 31, 2006

tiempo de dragones

Una entra, belicosa, consciente del sol y la calidez de afuera, irritada ante la gruta, la caverna, el marasmo fétido que se percibe aún antes de entrar, la bocanada pútrida que inmediatamente separa la realidad externa de ese desamparo, esa humedad acechante, esa batalla que la espera dentro.
Pero una entra igual, a los gritos, dando mandobles, protegiendo el estómago y el corazón con el escudo, cortando lenguas, segando cuellos, atravesando escamas y colas de tamaños varios, trozos de colmillos, jirones de piel, hasta llegar al centro y enfrentarse -con el escudo, hay miradas que congelan o matan- a él, gordo de tanto chupar huesos, pesado, lleno de bilis, de hiel, de mierda contenida. Enferma de asco, una no olvida que ha venido a matarlo, ni cómo hacerlo. La sangre gris estalla y el bicho, el monstruo, muere, furioso en su agonía, y no olvidamos tampoco revolcarnos en su muerte, protegernos de todo mal, encaminarnos victoriosas a la puerta.
Allí, al fin, una, aliviada, saca la cabeza, piensa en el amor (ahora una es capaz de pensar en el amor), y sueña: en lo lindo que será mañana escribirte, saber de ti, mirarte a los ojos y la boca, mirar tan insistentemente tu boca, poder de una vez, quererte, haberlo deseado tanto.

martes, julio 25, 2006

mundo vario

Suelo despertar segura de que, frente a cualquier eventualidad, no me espera aquí adentro más experiencia que la que yo desee ver ante mis ojos. En efecto, habito varios mundos, y en todos ellos estoy enteramente sola. De nada sirve que ustedes crean que me perciben y que participan de mi tiempo. Cuando comparto contigo la mesa y el café, cuando te miro dormir, cuando te escucho cantar, cuando me río de tus bromas, aún ahí sé de mi ulterior soledad. Tampoco me angustia: hace ya mucho que así llegamos, por intermedio de otros que supieron o se negaron el hecho de ser, a su vez, solos y solas. No tengan miedo, amo mi soledad, y es a la alegría a la cual abro mis párpados, todos los días. Sólo quien sabe estar solo sabe acompañar, de modo verdadero. Y es todo lo que tengo que decir por el momento.

martes, julio 18, 2006

Ayer

Ayer, por fin, logré conciliarme con el sueño. Tengo un fantasma en casa que juguetea con los periódicos y se para ante mi puerta, todas las noches. En vano me repito esa letanía boba de que “nadie” puede estar allí afuera. Es un caballero y me respeta, nunca entraría a mi cuarto. Pero en su insistencia de velar mi sueño, consigue desvelarme. ¿Quién es? ¿Acaso es mi abuelo, urgido de salvarme, cuando yo ya me abandonaba? ¿Acaso mi tío, recién muerto, apegado lealmente a la casa de mi padre? ¿O soy yo misma, exorcizada, liberada en capucha y bigote fino, hecha materia de tristeza?
Quizás abandone esta fase de mi vida sin saberlo (tantas cosas que no sé). ¿Cuándo lo haga, seguirá él mi camino? La experiencia me lo niega: duermo bien en todas partes, menos aquí, en esta mi cama.
Impotente es una frente a lo que se desconoce, de sí misma y de su entorno. A veces, sospecho que él se alimenta de mis emociones. Puesto que ya no soy (ni seré) desgraciada, bebe de mí eso que me marca –aunque en el proceso sabe a veces robarme, también, el sueño– esos tres sentimientos con los cuales nunca más me he podido aburrir. Quizás él ha sabido degustarlos, como mi olor, como la percusión intermitente de mis pasos, y ya no sabe vivir de otra cosa. No está hecho de ellos, ¿o sí? ¿Puede un fantasma conformarse enteramente de tristeza, amor y agradecimiento?

viernes, julio 14, 2006

Nos pongamos místicos

Un caballero verde musgo y blanco, para recordar el alba.
Un caballero rojo y sobredorado, para alcanzar el día.
Un caballero oscuro, para celebrar la noche.
Vapores de sangre, sombras oscuras de un dios.
Espadas.

Todo eso, antes de mis alas y mis ojos, quiero ver en este mundo.

lunes, julio 10, 2006

Sapere aude (o samba que K. Dick podía tocar y Lovecraft no)

Mi mundo se ha dedicado a repetir, en un circuito infinito e invariable de representaciones, el ciclo de enfrentamiento entre el ser libre y la nada opresiva, entre el algo que se enfrenta al todo, lo que llamamos devenir y que conforma esas tres o cuatro emociones básicas: humor, pasión, esperanza, miedo a la muerte.
Amor/Odio. Eros/Thanatos. Dualidad.
Quizás lo repetimos así porque no acabamos de entenderlo.
Cuando agotemos todas sus posibilidades ¿dejaremos de ser? ¿O, simplemente, mudaremos de fase, hacia un mundo que prefigure algo más que 10101010101, capaz de incorporar una trialidad, una multiplicidad de factores interconectados, más allá de lo binario?
Sin duda, como los sospechó Wittgenstein, el lenguaje no alcanza a describir esta posibilidad: se queda en la ilusión de poder ver al otro lado del límite, tan sólo por el hecho de reconocer ese infranqueable borde como tal. (¿O venimos de ahí? ¿El aymara, las lenguas signadas por la triple posibilidad –sí, no y algo otro, impreciso, en el medio- no son fósiles vivos, residuos, de esa otra percepción de la realidad? ¿De ese otro mundo?) Mi sangre, mi muerte, doy, a cambio de ojos de vidente, para ver más allá de mi sospecha. Yo, la intempestiva, deseo abrir esa puerta, destrabar esa caja, morir por curiosa, pero un instante antes ¡saber!