Lo admito: las hojas cubren el piso, y no hay más césped que manchones de tierra, turba y algo de ceniza.
También: si las rosas florecen, es por determinación y no por mi buen tino.
Nadie se ocupa de regar los arrayanes y cucardas, cada otra mañana.
Pero el olmo es pródigo y gigante, y la higuera reverdece cada tanto.
Y si cierro los ojos, muchas veces, escucho llover entre las hojas.
Nadie cuida mi jardín, pero es hermoso.