domingo, marzo 01, 2009

Un cuento sobre los ancestros

Para la Flaca

 

Contra toda evidencia siempre he creído que hubo más gente antes de la que hay ahora, más incluso de la que habrá en el futuro. Hay una prueba simple que lo demuestra, y tiene que ver con cuán atrás podemos ir con nuestra memoria ¿Eres tú capaz de recordar de dónde venimos, de quiénes? ¿Puedes acaso recordar a todos?

 

Hay muchos misterios en la vida de la gente. Llegamos hasta ellos como a través de una pared vidriada, de las que no permiten adivinar más allá. Los orgasmos de los demás -es un ejemplo- son para nosotros sospechas, pedacitos de ignorancia. ¿Qué imágenes pasan por la cabeza de otro, cuando tiene un orgasmo? ¿Tienen orgasmos, los otros? ¿Son esos orgasmos como recuerdos, o como ventanas? ¿Otorgan algo, llevan, por ahí, a alguna parte? ¿Tuvieron orgasmos, sus padres? ¿Y sus abuelos? Quizá, si supiéramos cómo eran esos orgasmos, sabríamos qué clases de personas eran los antepasados de nuestros amigos, de nuestros familiares, ¡de nuestros padres! Es una injusticia que algo que nos pueda decir tanto de los otros sea precisamente un secreto bien guardado.

 

Para que veas que soy sincera, y llegues a conocerme, voy a contarte una de mis experiencias de orgasmo. Empieza así “me vine”, y termina con una imagen, una ventana, donde en fila, hilera tras hilera, me ovacionaban una serie de empanaditas de carne argentinas, todas disfrazadas de gaucho, con sombrero, bigotes y pañoleta. Fue un orgasmo conmovedor, para nada solemne, y no tuvo nada que ver con las chispas de colores o los campos de flores de los que hablan tanto.

 

Ahora que sabes algo de mí voy a explicarte, ya con algo de confianza, mi idea de los padres: Todos saben que mis padres, a su vez, tuvieron padres. No hay otra forma de llegar aquí, a la tierra. Eso significa que yo tuve, por supuesto, dos abuelos y dos abuelas, y ellos, a su vez, tuvieron padres: mis cuatro bisabuelos y mis cuatro bisabuelas. Y antes están, claro, mis ocho tatarabuelos y mis ocho tatarabuelas. Como la hilera de empanadas con bigote, mis antepasados son un ejército, una hilera de personas que crece y se estrecha hacia el pasado, cubriendo todo el horizonte. Y como a sus orgasmos, cada uno guarda sus secretos. Nunca sabré con exactitud quiénes fueron, qué guardaban y qué me heredaron mis ancestros. Sólo puedo sentir agradecimiento hacia esos desconocidos. Si miro hacia atrás, a este mar de gente, me siento cómplice de algo que todos en mi línea generacional comparten, de algo que todos sabemos, sospechamos y sentimos. Cada una de mis células se siente cómplice.

 

Y cuando uno de mis ancestros muere, siento que va a unirse a los demás, a rasgar ese misterio. Los aymaras dicen que todos los muertos viven en una ciudad, en el fondo del mar, al oeste, y que de allí vienen a visitarnos, una vez al año. En esa ciudad –donde hay más gente de la que habrá en el futuro, siempre- está mi casa. Una casa donde se alojan todos los que vinieron antes de nosotros, todos los que tienen una molécula que ver con mi increíble y azarosa existencia. Me da un poco de miedo pensar en la aglomeración, pero vamos, estamos en familia.  Allí las veladas son largas, llenas de reconocimientos, historias, y de aquello opuesto a las ausencias. Bajo la parra hay pues algo más que reencuentros, hay y existe una energía creadora que se estrecha hacia atrás y llega a rozarnos a nosotros, los que aún no hemos llegado. 

 

Yo sigo aquí, en la vida, todavía me he de quedar un poco más. Pero estoy convencida de que hay más gente atrás de la que habrá nunca en el futuro, y que a ellos me uniré –a compartir y a averiguar secretos, a callarlos y a repetirlos, en familia- allá cuando me vaya.

 

Tarija, 26 de febrero 2009