jueves, septiembre 28, 2006

Prácticas amatorias

Para E.

Un hombre burbuja posee un ciclo de vida efímero. Nacido de una pastilla de jabón, pervive desde las primeras gotas tibias hasta el final de un baño en la tina, esto es, de media hora hasta tres, dependiendo de la resistencia y desempeño del espécimen. Irisado, turgente, múltiple, despliega inmediatamente su perfume, para demarcar su territorio. Luego, se extiende por toda la superficie, contorneando los muslos y los senos de aquella que lo ha criado, delicadamente, en noches de deseo y confección.
Su ciclo sexual es por demás breve, aunque para él implica consumir la mayor parte de su existencia. Una vez localizado el útero y los labios, construye una pared. Es muy difícil para el hombre burbuja construir esta pared. Sus muros son frágiles, y debe esperar, pacientemente, para apilarse y parapetarse, hasta abrazar y rodear a su objetivo. La recipiente, cruel y divertida, experimenta esta agónica pelea por la vida del hombre burbuja como un leve cosquilleo, una agradable sensación preparatoria. Cuando el hombre burbuja logra ingresar, rozar las carnosas murallas con las suyas propias, en fricción, lucha y permisión, estalla. Goza al estallar, y goza aquella que lo presiente dentro. El éxtasis se eleva como una marea de espuma, abandonándolos lánguidos, a la tibieza de la compleción. Húmeda, ella al final se levanta -los restos del hombre burbuja esparcidos por su cuerpo como otras tantas escamas- y, la piel reluciente, los ojos vacuos, se aboca al resto de sus tareas. Sin embargo, la emergencia y lucha del hombre burbuja no pasan en vano. En su interior, ella comienza a materializar al próximo, a transubstanciarlo. Pronto surgirá otra pastilla de jabón, suave y cálida, cerca del aparador de la hembra. Y la naturaleza seguirá su curso.

domingo, septiembre 24, 2006

ella

Los grillos, con su chirriar de conservatorio. Las aceras, los pétalos, las gotas, los océanos. La felicidad lenta de ir acomodando las canciones a la vida. El amor, las pastillas de chocolate, los colores de uñas, las mariposas, el sexo, las películas. El atardecer cantándole al vino bajo una parra. Las muecas, los besos, las lágrimas de asombro y de felicidad. Las otras lágrimas. Las palabras natalicio, convexo, extraordinario, subte y roto. Los ojos de quienes se quieren. Las embarazadas acarreando distraídas sus hijitos a casette. Los perros despeinados y los gatos gordos. Las pelotas de fútbol. Las brisas. La certeza incontestable de que el frío no está más para quedarse. Las tristezas de dos minutos 40 segundos.
La primavera, por todas partes.
La primavera.

lo que necesitamos

Tengo una salamandra viviendo en mi estufa. El diccionario me dice que es un batracio urodelo parecido al lagarto, de piel lisa de color negro intenso con manchas amarillas simétricas. Especie de estufa de combustión lenta. La red me dice que es el espíritu del fuego y por lo general se la representa envuelta en llamaradas, lanzando fuego. La salamandra tiene la sangre tan fría que las llamas no la dañan en absoluto. O sea, una combinación de las dos anteriores.

Naranja a la llama azul de mis inviernos –con manchas negras y ojitos vivaces- gris en el calor de mis veranos, a veces hace ruido y me molesta, como una mísera ratita atrapada en mi alacena. Y sin embargo, se trata de mi salamandra, resguardada en mi estufita de tiro balanceado. Sospecho que se coló una noche de luna y tibieza, allá por el 2004. Las ciudades, como a todo, se estaban comiendo su terreno. Ya casi no hay fuegos de combustión perenne donde guarecerse, ni fogatas espontáneas.

Así que mi salamandra se limita a estarse quieta, en la mísera llamita que, por piedad, escojo no apagar cuando el frío cesa. ¿Cuántos años puede una salamandra sobrevivir en estas condiciones? ¿Dónde y cómo debería liberarla? ¿Es acaso posible, liberarla?

Temo que se sienta sola, su sexo minúsculo vacío de esperanza, ya que la posibilidad de un salamandro en el edificio, en la ciudad, es remota. Y por eso, cuando la escucho moverse, ahí en la llamita, pido por ella y su futuro. Necesitamos de todos los seres en la tierra.

Pombo es mi nuevo chocolate



jueves, septiembre 21, 2006

el azar de las ciudades

Pasan por mi ventana, una tras otra. No puedo decir, como Marco Polo “ellas son así y no de otra manera”, no puedo describirlas. Impávidas, podrían no existir. Podría yo pasar a través de un túnel oscuro, y ellas deslizarse sin complejas maquinarias atravesándoseles.
Pronto será así: yo deslizándome de un punto a otro, para salir sin más a donde me digo, quiero estar. (El azar de las ciudades perdido para siempre). Sin sospecharlas, sin olerlas, sin ver sus nombres pasar como manchas en la niebla. Vacía de ellas…¿ qué interés posible podrá deparar un viaje?

jueves, septiembre 14, 2006

conjuro a por la gracia

Tomo una lapicera de tinta roja y temblorosamente, comienzo la lista de defectos de mi padre. No lo hago de manera ennumerativa, ni me ensaño en los detalles. Me limito a escribir todo lo que deseé que él fuera, en términos de carácter, de atención, de comprensión y de integridad. No quiero obviar ninguna posibilidad, ningún mito, ninguna imagen ensalzada e imposible. No es larga -al final- la tinta corre en líneas breves y yo suspiro, caminando, mientras busco un buen lugar para enterrarla.

Mientras cavo con mis manos, recuerdo, todas las imágenes brillantes, todas las ansias, todas las alegrías. También recuerdo la tradición del grito, que se esconde bajo tierra, y así salva a quien lo esgrime en contra de su propio silencio. ‘Esto es lo que va a liberarme de la tristeza’ me digo ‘este es el primer paso en contra de la pesadez, del desencanto’.

Luego, aliviada, confecciono una lista de los detalles que hacen a mi padre. Atuendos, manías, errores, virtudes. Todo lo que mi mano, las uñas sucias de tierra, puede conjurar para elevar una imagen veraz, absoluta, real, de mi padre. Y mirándola, lento, hago una reverencia.

Te debo la vida, papá. Todo eso, y nada más.

Nada más.

martes, septiembre 12, 2006

lejos del paraiso

“Todos conocemos el árbol del Bien y del Mal, aunque, como en toda leyenda, tendemos a considerar como metáforas y simbología a esas antiguas y útiles descripciones realistas.
Verdaderamente, gustar del fruto del bien y del mal debió entenderse como exactamente eso: lograr el discernimiento orgánico de las cosas correctas y el orden correcto. Lo que entendimos mal fue el asunto de la serpiente: en realidad, el árbol mismo fue quien convenció a Eva de probarlo. La mismísima Docta Medicina, aún cuando ostenta un “árbol del saber” con dos serpientes a los costados en cada membrete e institución, no llega a entender el exacto significado de ese dibujo del Saber.
En fin, que el árbol del Saber tenga escamas y hable, no debería sorprender a nadie. Eso es lo que yo digo: que sangre al ser cortado, que engendre frutos de naturaleza iluminadora, que hable o que se mueva, que argumente o se desplace, no es más que una posibilidad más dentro de las perfectas posibilidades de lo Eterno. Además, otros árboles caminantes y sentientes han sabido ser registrados por los siempre despistados humanos. Aunque se da por supuesto que cualquier cosa que no se adapte al común tiende a pasar desapercibida. Apuesto a que ni siquiera sabeís qué facultades poseen los hierbajos de vuestro propio patio trasero. No se puede esperar mucho de quienes adoran a sus mascotas desde hace milenios y hasta ahora no saben qué quiere decir ‘guau’.
A lo que iba: tengo en mi casa un pequeño matorral del Discernimiento. Su existencia ha sido muy breve, no debe estar ahí más de cien años, lo que le hace un bebé de pecho en comparación a sus hermanos mayores. Brilla como el cuarzo, puesto que también posee algo el reino mineral, y supo camuflarse bastante bien hasta que las primeras hojas-iguana comenzaron a brotarle. Estas hojas son los primeros asomos del Árbol a la realidad circundante. Se pegan a todo, y con sus grandes ojos observan y transmiten al tronco todo lo que alcanzan a ver. Si se alejan mucho de él y no encuentran agua, rápidamente se secan y mueren, para luego ser dispersadas po el viento con el resto del follaje.
Una de ellas cayó sobre la punta de mi bota, hace un tiempo. Alcancé a verla sacudirse antes de que se secara y, hombre atento a lo Ordinario como me vanaglorio de ser, decidí investigar su origen en el acto. Siguiendo la estela de hojas-iguana no tardé mucho en vislumbrarlo. El Árbol se movía detrás de un antiguo seto que ha pertenecido a mi familia por generaciones. Como también soy educado, le saludé en voz alta y le insté a que se detuviera, para poder entretenernos con un poco de conversación. Veréis, el Árbol del Bien y del Mal es un poco suspicaz, pero su curiosidad puede más que su prudencia. Sin más preámbulo, agitó sus flores-labios en señal de reconocimiento, y emitió un silbido musical con ellos. Lo primero que hice fue empezar con un consejo, como signo de buena voluntad por mi parte: ‘Tus hojas-iguana empezarán a llamar la atención tarde o temprano’, le advertí, ‘puedo ver que estás curioso por el entorno que te rodea, pero los tiempos han cambiado mucho, los últimos cientos de años’.
Se podía ver que el Árbol me presentía con exactitud, y que estaba atento a mis palabras. Sin embargo, el hecho de saberlo todo respecto del Bien y del Mal no implicaba que el joven tronco hubiese experimentado la variada gama de emociones que conlleva ejercer tal conocimiento. Veréis, su castigo fue precisamente no ser expulsado, y está condenado –en general- a quedarse confinado a un rincón de la Tierra nada más. El pacto que logró ejercer con mis Antepasados Primeros, a espaldas del Creador, tal vez, fue que ellos vendrían a depositar a su sombra las experiencias habidas. Algunos pueblos han sabido mantener la costumbre mejor que otros, y aún se reúnen a cotillear bajo su sombra. Otros, más egoístas y desatentos, andan por ahí con sus barrigas llenas de experiencias atoradas, guardando todo para sí mismos. En cuanto a mi linaje, ya os lo dije, sabemos mantener las maneras, y las promesas, por generaciones.
Luego de una larga conversación, el Árbol me indicó que deseaba marcharse. Yo, a mi vez, me encontraba cansado y decidí retirarme, no sin agradecerle sinceramente su compañía. Esperaba verle una vez más, aunque se dice que todo hombre tiene sólo una chance para hacerlo en esta vida. Bastante sé yo de estas cosas, lo cierto es que charlar con el Árbol del Conocimiento te da una buena perspectiva.
Aún así, tal visión es intransferible y no se porqué pierdo el tiempo al intentar transmitirosla. Quizás se deba a que mis viejos huesos ya no son los de antes, aunque mi espíritu se mantenga joven. Era un buen Árbol, y aún doy una vuelta por el seto, a la vera del Bosque Viejo, esperando verle. Sí, es verdad, hacéis bien en señalarme que la esperanza no es una forma del discernimiento, pero, qué queréis, es lo que a fin de cuentas nos impulsa a caminar aquí afuera, lejos del Paraíso".

sábado, septiembre 09, 2006

ellas desean

50 años y un cuerpo espectacular, ningún novio oficial, el miedo de la familia es que la viuda llame a un hombre casado, su miedo es aburrirse sola.

40 años y un espíritu incansable, su novio es un hombre diez años menor, el miedo del ex marido es que ella esté mejor sin él, su miedo es no confiar nunca más en ninguno.

30 años y el mismo rincón se enciende cuando la miras por más de un minuto, casada y separada, el miedo de él es que la deje, su miedo es no poder hacerlo.

Todas todas ellas tuvieron 20 años, ganas de tener hijos, ganas de tener historias, ansias de tener carreras.

Todas aseguran que ellos sólo saben detenerte y enredar temiendo.

Y yo sólo sé que no quiero eso. Conciliadora, imprudente, loca, deseo.

Que no por ser así quedemos mancas de mundo masculino, que no por no querer o querer demás queden ustedes sin mundo femenino.

Sin alguien que, al despertar, cada única mañana, sepa de la inmensa suerte de tenerte, y viceversa.

domingo, septiembre 03, 2006

de la casa amarilla

Te amé en la penumbra azul, tras paredes amarillas.
Con toda el alma y cada-escama-de-mi-cuerpo

Te fuiste, y yo persigo

el susurro de pasos,
el murmullo de risas,
sola al sol, adentro

apacible, entre las sombras, una nostalgia, desaforada, pequeña, encuentro

Esto es mío,
de la casa amarilla
esto me llevo.