Son las 11, llegué a mi casa temprano y me dedico a rayar discos mientras en el radio suenan diversas páginas de libros que hoy sí llegué a acabar, a besar en el lomo como a las botellas que se desagotan generosas, tras mucho trajín, ajetreo, alegre entrechocar de copas y palabrerío. He llegado temprano, y mis zapatos de bruja del Este se niegan a dejarse encerrar, a guardarse en su cajita de celofán, a dormirse, en suma.
He llegado temprano, y aunque mis ojos se cierran y el jazz parece repetirse sin medida, el cigarrillo muere entre los deditos finos del cenicero con boca de mujer, las paredes retumban y allá afuera las estrellas insistan en afirmar que la noche es joven, y a pesar de todo todo todo esto que alcanzo a recontar y todo aquello que sólo en sueños lograré colocar en las gavetas incorrectas, a pesar del preludio de la noche y de mi cuerpo, que desea bostezar por todas sus bocas, apagarse, re-asumirse al día siguiente, yo estoy despierta y escribiendo.
Noctámbula, aleatoria, apenas consciente del flujo rojo de mis letras, sigo esperando.
(Quizás la señal está imbuida en el hecho de su no llegar, de este silencio adivinado).
Es probable, sin embargo, que esté aquí. Y yo, ocupada en escribir, me abstraiga de percibir por encima de mi hombro a quien me lee, a quien espero. Aquél que se repite en el infinito salto de aguja de mi accidentado entorno.
¿Cómo dormir con esta incertidumbre?
martes, marzo 27, 2007
domingo, marzo 18, 2007
Tres escenas para una argumentación
Escena Uno
En las mil noches y una noche, un hombre huye, enajenado, porque ha visto a la muerte y ésta le ha hecho un gesto. Huye para no encontrársela y termina dándose de manos a boca con ella, en un punto muy distante. Cuando, antes de morir, le pregunta por aquél gesto, ella responde: “era un gesto de sorpresa, porque esta noche debía encontrarte aquí, y estabas tan lejos esta mañana”.
Escena Dos
Una mujer fuma y bebe mate frío mientras te lee el tarot. Tú sabes que es buena, y por eso acudes a ella para dilucidar tu futuro. Te mira, sorprendida, y anuncia que si decides vivir en la ciudad X tendrás un hijo y te casarás, pero que si decides mudarte a la ciudad Y viajarás por el mundo. Por azares, te encuentras viviendo entre X y C, sin estar segura entonces de qué toca. Como de la muerte, quizás huir es correr hacia el encuentro que el destino te depara.
Escena Tres
Un ser indeterminado se transmuta en la innumera cantidad de seres determinados que circulan por el mundo. Todos ellos comportan y comparten una parte de energía, una suerte de camino, envolvente y continente, que los dirige a algún lugar. Poco perspicaces, en su mayoría se resisten, y en la resistencia, ceden. Quizás la historia individual sea apenas un pálido reflejo de esta, la historia universal. Roguemos por la lucidez, entonces, a la hora de toparnos con ello...
En las mil noches y una noche, un hombre huye, enajenado, porque ha visto a la muerte y ésta le ha hecho un gesto. Huye para no encontrársela y termina dándose de manos a boca con ella, en un punto muy distante. Cuando, antes de morir, le pregunta por aquél gesto, ella responde: “era un gesto de sorpresa, porque esta noche debía encontrarte aquí, y estabas tan lejos esta mañana”.
Escena Dos
Una mujer fuma y bebe mate frío mientras te lee el tarot. Tú sabes que es buena, y por eso acudes a ella para dilucidar tu futuro. Te mira, sorprendida, y anuncia que si decides vivir en la ciudad X tendrás un hijo y te casarás, pero que si decides mudarte a la ciudad Y viajarás por el mundo. Por azares, te encuentras viviendo entre X y C, sin estar segura entonces de qué toca. Como de la muerte, quizás huir es correr hacia el encuentro que el destino te depara.
Escena Tres
Un ser indeterminado se transmuta en la innumera cantidad de seres determinados que circulan por el mundo. Todos ellos comportan y comparten una parte de energía, una suerte de camino, envolvente y continente, que los dirige a algún lugar. Poco perspicaces, en su mayoría se resisten, y en la resistencia, ceden. Quizás la historia individual sea apenas un pálido reflejo de esta, la historia universal. Roguemos por la lucidez, entonces, a la hora de toparnos con ello...
viernes, marzo 16, 2007
lo que nos une
En la penumbra
Tú no puedes mirarme de lejos
Yo no puedo mirarte de cerca
A cierta distancia, nos imaginamos
Una luz
Muta
Envolvente
Nos embellece
Tú no puedes mirarme de lejos
Yo no puedo mirarte de cerca
A cierta distancia, nos imaginamos
Una luz
Muta
Envolvente
Interna
Nos embellece
martes, marzo 13, 2007
Violencias Oblicuas
Una llave se me escapa de entre los dedos, los pliegues de la ropa, los cuadernos.
Tenaz, se las arregla todas las mañanas para desaparecer.
Me odia. Como si fuese yo su carcelera, condenándola a abrir la misma puerta a mi aire, a recorrer los mismos recorridos, cuando todo lo que ella desea es ser libre, una llave sin llavero perdida para el mundo, capaz de contemplarse en el reflejo de las nubes y soñar con otros dedos, otras puertas.
Ha lanzado una maldición contra mí, y de pronto, no sólo la pierdo a ella. (No conforme con que para salir a la calle la busque en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle, y que a la calle no llego porque primero la necesito a ella).
Ahora, condenada como estoy, pierdo todo aquello que me comunica: los lentes, el contacto, la dirección, el combustible. La envidio. No sólo es capaz de arrinconarme, desconectarme y tenerme dando vueltas sobre mí misma –remolino incesante de mí en mí- sino que también es capaz de enseñarme, mostrarme mis más asiduos y sólidos errores.
“Excusas”, me dice, burlona, tras pegarme un mordisco cuando la encuentro. “Hay cosas que tienes que perder, lugares a los que no tienes que ir, gente con la que no debes encontrarte”.
“Excusas”, repite, mientras tironea con sus bracitos de llave para apartarse de mi agarre, mi insistente sostenerla. “Son las cosas las que están sujetas por ti, no te quejes, no le digas al lector que son ellas las que te atrapan, te someten, se te hacen necesarias”.
Yo suspiro, cansada de tanta amonestación, y me dedico, otra vez, a ignorarla. Que es justo lo que ahora estoy haciendo.
Tenaz, se las arregla todas las mañanas para desaparecer.
Me odia. Como si fuese yo su carcelera, condenándola a abrir la misma puerta a mi aire, a recorrer los mismos recorridos, cuando todo lo que ella desea es ser libre, una llave sin llavero perdida para el mundo, capaz de contemplarse en el reflejo de las nubes y soñar con otros dedos, otras puertas.
Ha lanzado una maldición contra mí, y de pronto, no sólo la pierdo a ella. (No conforme con que para salir a la calle la busque en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle, y que a la calle no llego porque primero la necesito a ella).
Ahora, condenada como estoy, pierdo todo aquello que me comunica: los lentes, el contacto, la dirección, el combustible. La envidio. No sólo es capaz de arrinconarme, desconectarme y tenerme dando vueltas sobre mí misma –remolino incesante de mí en mí- sino que también es capaz de enseñarme, mostrarme mis más asiduos y sólidos errores.
“Excusas”, me dice, burlona, tras pegarme un mordisco cuando la encuentro. “Hay cosas que tienes que perder, lugares a los que no tienes que ir, gente con la que no debes encontrarte”.
“Excusas”, repite, mientras tironea con sus bracitos de llave para apartarse de mi agarre, mi insistente sostenerla. “Son las cosas las que están sujetas por ti, no te quejes, no le digas al lector que son ellas las que te atrapan, te someten, se te hacen necesarias”.
Yo suspiro, cansada de tanta amonestación, y me dedico, otra vez, a ignorarla. Que es justo lo que ahora estoy haciendo.
miércoles, marzo 07, 2007
Es mejor así
Siguen los temerosos
las aguas siniestras
los huracanes de cuervos
Ausente, ajena
yo miro la luna redonda
pido por no dormir sola
Ignoro los signos
Mientras desaparecen las abejas
Me digo,
Es mejor así
las aguas siniestras
los huracanes de cuervos
Ausente, ajena
yo miro la luna redonda
pido por no dormir sola
Ignoro los signos
Mientras desaparecen las abejas
Me digo,
Es mejor así
(La Paz)
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