Tengo frasquitos rellenos de amor para dar.
De curiosa presentación, opacos, el contenido es de un verde jade, líquido, y terroso.
El cristal de sus botellas es incierto, su procedencia me es ajena. Sólo sé que aparecen ante mi ventana cada mañana, y que mi deber es llenarlos: concentrarme, sacar amor de mis cabellos, de debajo de mis uñas, de mis huesos. Hasta quedar vacía, y aliviada. Algo exprimida, y algo más arrugada que el día anterior.
Lo complicado es despacharlos.
Algunos tienen depositarios habituales y encuentran su destino a lo largo del día. Otros pierden su rumbo y desembocan, a los tropiezos, donde el milagro quiere y corresponda. Yo casi nunca me quedo con ninguno ¿Para qué, si mañana habré de rellenar de nuevo los cristales? Guardo, sin embargo, algunas botellitas añejas, empolvadas, en mi armario. Oscurecidas, concentradas, no son aptas para el consumo. Jamás las he abierto, temo demasiado a la intoxicación de las viejas pasiones.
Un día, sospecho, cambiarán de naturaleza. Se harán cristalinas o espesas, cenizas o jaspeadas. Aún así, seguiré produciéndolas. No me concibo sin esa hilera de cristales misteriosos, sin este lento transpirar de mí misma para los otros.
¿Qué sería de mi, odre repleto, recipiente colmado, sin este bendecido, maravilloso, alivio?
2 comentarios:
lo bueno...nadie lo comenta..
:) o lo comenta de manera anónima
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