Tardes de fútbol
Por: Alfonso Gumucio Dagron
Por: Alfonso Gumucio Dagron
Hace meses que circula este libro y no había podido dedicarle un espacio porque otras cosas se metieron en medio en este blog, queriendo sin querer.
Domingos por la tarde: cuentos bolivianos de fútbol (2014) es una selección realizada por Ricardo Bajo, el periodista vasco que vino hace 17 años a remover la cancha de juego de la crítica en Bolivia y que lo ha hecho con compromiso y con éxito. Como él mismo anuncia: “la selección nacional de las letras bolivianas salta a la cancha y no tenemos rival”.
En esa selección que hizo Bajo aparezco otra vez jugando de siamés con Carlos D. Mesa, lo cual tiene su gracia. El tándem funcionó bien hace seis años, cuando Ricardo nos hizo una primera provocación para ser parte de un libro de cuentos “stronguistas” publicado por Letralia y La Gloriosa Ultra Sur 34, en ocasión del centenario de uno de los clubes de fútbol más emblemáticos de Bolivia, The Strongest.
Ni Carlos Mesa ni yo estamos convencidos de que ese equipo sea realmente “el más fuerte” como dice su nombre traducido al castellano, (Carlos es del Always Ready y yo supuestamente bolivarista, mas no fanático), pero nos gustó el reto de escribir a cuatro manos un relato que titulamos “Descenso” y que fue apreciado por los lectores cuando salió a la luz junto a otros 32 cuentos en el libro Warikasaya: cuentos stronguistas (2008) y en la segunda edición de 2912. Warikasaya, palabra enigmática de origen aymara, simboliza el grito de victoria de los atigrados. Se supone que hace temblar de susto a los contrincantes.
La explicación de la palabra aparece en el blog Área Gualdinegra: en 1936 se festejaba la fiesta de San Juan, el día más frío del año cuando en torno a una fogata que habían armado los stronguistas, el hincha Francisco Villarejo dijo “¡qué frío! k’alatakaya warik’asaya”, que quiere decir que el frío invernal paceño es capaz de romper las piedras y hacer temblar a las vicuñas. La expresión gustó y quedó como grito de guerra.
Como sé que es amante del fútbol, le regalé a Eduardo Galeano un ejemplar de Warikasaya cuando vino a Bolivia a mediados de julio de 2013. Cenamos juntos en el Hotel Radisson donde llegó con varias horas de retraso y subió a su habitación con el libro bajo el brazo. Estaba cansado por el viaje y lo único que quería era dormir.
Al día siguiente cenamos de nuevo en el mismo lugar y me dijo con mucha seriedad: “Por tu culpa no dormí bien anoche, porque estuve leyendo varias veces tu cuento sobre fútbol y me pareció magistral la manera como los ejes narrativos confluyen hacia el final”. No es menor el piropo que nos hizo a Carlos y a mi el autor de Las venas abiertas de América Latina.
Para la segunda convocatoria en la cancha literaria Ricardo Bajo vistió la camiseta verde de la selección nacional y nos puso en aprietos con su habitual persistencia (por no utilizar una palabra que no está en el diccionario) porque tanto Carlos como yo andábamos atareados en países diferentes.
Sin embargo, golosos ante el desafío, al igual que en el primer ensayo hicimos el trabajo disciplinadamente. La primera idea que propuse fue un cuento sobre el tan famoso como infortunado rodillazo de mala leche que el presidente Morales le dio a un jugador de fútbol que le quitó la pelota en un partido amistoso, como puede verse en YouTube, pero luego pensamos que a Ricardo Bajo no lo iba a publicar, dadas sus preferencias políticas, aunque fuera muy buen cuento.
Entonces surgió otra idea, la de narrar en paralelo un penal y un suicidio, ambos fallidos, que trabajamos mediante sucesivos intercambios de correo electrónico. Al parecer salimos nuevamente airosos con el cuento Tiro fallido, a juzgar por el comentario que publicó Sebastián Antezana, que sabe de literatura porque es uno de los narradores jóvenes más importantes que tiene Bolivia. Sebastián afirma que algunos relatos del libros son buenos, otros malos y unos pocos “sobresalen con ventaja”:
“Entre estos últimos, la figura de la derrota está notablemente narrada en Tiro fallido, de Carlos Mesa y Alfonso Gumucio. En el cuento, un tiro penal es metáfora de un instante trascendental en la vida de su personaje, uno de esos momentos definitivos que raras veces ocurren en la vida real pero suceden sistemáticamente en el fútbol y, por eso, lo transforman en pasión extradeportiva, en código religioso, en cuestión de fe. El cuento es el relato de uno de aquellos momentos de ultratensión que lo definen todo y que, al mismo tiempo, definen muy poco más allá de sí mismos, y quizás por eso hacen evidente lo efímero y frágil de una vida. Eso porque en este cuento como en casi todos los del libro, se pone en evidencia una relación explícita: el fútbol se ve como la vida y viceversa. Así, es un relato que “literaliza” (o, performa, en jerga académica) el fútbol; es decir, que iguala la experiencia futbolística a la vital, el juego a la existencia, el deporte a una biografía que dura 90 minutos y cuyas consecuencias exteriores al sistema que se desarrolla en la cancha son definitivas aunque, de cierta forma, permanece dentro de sus límites”.
Bajo decidió esta vez empezar el libro con nuestro cuento, pero según el poeta Gabriel Chávez en realidad jugamos de zagueros. Chávez bautizó a la selección nacional de las letras bolivianas: “Homero Carvalho en el arco; Carlos Mesa y Alfonso Gumucio, de pareja de zagueros; Gary Daher y Willy Camacho en los laterales; Wilmer Urrelo y Claudio Ferrufino en la contención; Juan Pablo Piñeiro y Christian Vera, volantes mixtos; Mimo Pacheco de enganche y Edmundo Paz Soldán de punta solitario; y 15 más, de refresco, por si acaso”.
Ahora, en la edición de El Cuervo, 31 autores con 30 cuentos (el nuestro explica otra vez la discrepancia numérica), jugamos codo a codo en Domingos por la tarde: cuentos bolivianos de fútbol. Repiten en esta segunda aventura los titulares Gonzalo Lema, Willy Camacho, Liliana Carrillo, Inés Gonzáles, Homero Carvalho, Paul Tellería, Christian Vera, y Mariana Ruiz, y se incorporan delanteros de la talla de Wilmer Urrelo, Juan Pablo Piñeiro, Magela Baudoin y Adolfo Cárdenas.
Si en el terreno de verdad del fútbol boliviano se jugara con tanta ética y compromiso, probablemente no nos iría tan mal.
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¿En qué se parece el fútbol a Dios?
En la devoción que le tienen muchos creyentes
y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales.
¿En qué se parece el fútbol a Dios?
En la devoción que le tienen muchos creyentes
y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales.
—Eduardo Galeano
Fuente: gumucio.blogspot.com/
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