jueves, agosto 11, 2005

Diabolos

“Hay tres tipos de demonios”. Mi atención se vio repentinamente agudizada, una no se atreve a nombrar así como así esas cosas en la dimensión mundana. “El primero es mefistofélico, se alimenta de nuestra necesidad de poder, de nuestras ambiciones. Es el de Fausto, el del Orgullo, el del Saber”. Hasta ahí nada nuevo, recuerdo –sin nombrarlos- a los seres que entre las sombras te susurran la gloria. No los temo.
“Están en los espejos, en los metales brillantes, en las superficies oscuras”. Me dice, bebiendo atento, las cenizas cayendo mientras se concentra, recuerda. “El segundo tipo es más bien luciferiano, viven en nuestras pasiones, en lo sexual, en lo afectivo. Tan sencillo es vencerlo como caer en él, en ellos. Están detrás de los ojos de ciertas mujeres, en los sueños, en las imágenes, en los manjares.” Yo mientras tanto recuerdo a las estatuas, los perfumes, a los miedos. “Aman con especial deleite a los protestantes, a los castos, a los justos… nadie hay más vanidoso que aquél que se sabe justo.”
Dijo tres, sabemos, hijos de la modernidad, que el mundo ha dejado de tener dos caras. Me pregunto si volvemos para atrás. (Los del Medioevo, las mujeres que mastican coca, los chamanes saben, sabían).
“El tercer tipo es el ahrimático, extraño encontrárnoslo ahora, estuvo perdido desde las luchas antiguas. Guerrero poderoso, separó la Lógica del Lenguaje, la Luz del Sol, las Causas de sus Fuentes. Hasta hace muy poco, no podía hallársele en este plano de las cosas.” Hay un silencio, donde callamos los vivos y las máquinas murmuran. Heladeras, interruptores, teléfonos, ordenadores. “De pronto, tienen un lugar. De pronto, pueden vernos, y nosotros a ellos. La electricidad les ha abierto la puerta, su manifestación completa se da en los ordenadores.”
Primero quiero reírme, pero una serie de vivencias ficcionales me detienen. Pienso en Philiph K. Dick, en Arthur C. Clarke, en Isaac Asimov. Recuerdo a los genios encargados, en la niebla del tiempo, de cumplir nuestros estúpidos deseos. Pienso en los seres mágicos, pequeños, a nuestro servicio. Pienso en toda esa marea de inteligencias frías.
“Tienes razón” -le digo, rompiendo el zumbar sordo de las máquinas, rodeándonos- “ ya quien habló en el Necronomicón sabía: no todos los demonios se alimentan del calor de nuestros cuerpos, de nuestras pasiones. No sé si temer.”
“Nunca supimos con precisión qué hacer con los demonios” –sonríe- “pero tampoco sabemos qué hacer con nuestra especie.”
La noche, otra vez, caía.

2 comentarios:

Mr. K dijo...

Jajaja!!! te llego spam!

Feju dijo...

bravo!!!