Se da la vuelta, y es como si acabara de aterrizar, los brazos húmedos de aire, descendiendo hacia sus costados, los pies recién posados en el suelo, la mirada ausente, de quien aún no se sabe en tierra. Me mira, y en su mirar comprendo está todo el paisaje, yo un elemento más, me mira y siento diluirme entre las paredes de la casa, la verja de hierro, los perros durmiendo. “Es tarde” le digo, tratando de sonar normal desde mi pegajoso entorno, ya no única sino mezclada a todo, como su mirada me ve. “Deberíamos tomar algo” le digo, “una taza de té, comer alguna cosa”.Ella me escucha silenciosa, la cabeza quieta en mi dirección, como olfateando cuidadosamente mi registro de voz. (Que no huela preocupación, ruego, que no vea más que mis ojos fijos en ella, lejos del acantilado donde parece acabar de posarse, que no se voltee) “Hay tarta de limón, la que te gusta. Y estamos todos esperándote”. Odio su silencio, siento que me escrutina, que desea sacarme toda la intención detrás de mis palabras. Quieta, una ella también con el paisaje, el mensaje al fin golpea su parte consciente, una fracción de segundo más tarde que lo habitual. “Bueno” dice, con la naturalidad más rara. “Vamos”. Cojo su brazo y la siento a mi lado, caminando insegura, su pelo corto dándole un aspecto de muchacho, sus ojos fijos. “Vamos” repito, y soy yo la que se quiere apoyar en ella, seguirla en su silencio, perderme allá donde ella está, viendo lo que ve. Sin llorar, entramos a la casa.
1 comentario:
mucha ternura no?
se siente el ambiente a casa con gran familia e historia...
besos
Publicar un comentario