jueves, noviembre 30, 2006

confesiones de noche, luna creciente y vino menguante

Una escribe un cuento y el momento de su compleción es similar al de la presentación de un plato culinario. El plato tibio, la salsa cuidadosamente dispuesta, la pieza principal al centro, el remate de hierbas airosamente sobre la guarnición de turno. Una escribe un cuento, e inmediatamente quiere convidárselo a todo el mundo: presentarlo y servirlo, todavía tibio, todavía emitiendo su fragancia. Al par de días, sin embargo, el recuerdo de su prosa se hace borroso. Una se llena de dudas, como cuando nos asalta la pregunta de si la salsa de ese plato pasado ligó como debía. Si se abre el refrigerador del recuerdo, el resultado es nefasto. Ninguna confección aguanta, por principio, más de cuatro días. La salsa pierde su color original, la pieza apesta. En el caso del relato, el proceso es idéntico. Los detalles son superfluos, la ilación resulta pobre. Asqueada, dan ganas de tirarlo todo, soporte incluido. Es en ese momento cuando irrumpen los amigos, a detenerte. Que el plato estuvo bien, que en su momento la salsa cuajó con el acompañamiento, que la sensación despertada fue gratificante. Y una no les cree, no puede creerles. Pero, y en esto radica la salvación, para no decepcionarles, no se arrojan los restos visibles de la obra. Una los congela, los entierra en un lugar alejado de la vista y el olfato. Guarda, por así decir, la receta (Aunque esto no es correcto, un cuento nunca, nunca, se hace siguiendo con receta, más bien es el fósil del cuento lo que se preserva).

A veces, una los des-destierra, los atrae hacia sí de nuevo, probando otra vez –jugando a ser ajena al preparado- los sabores y tonos del constructo. Si pasa, si una puede tragar, sin soltar una lágrima, si se digiere, una se reconcilia. No siempre es el caso. A veces la degustación es insalubre, deja un regusto terrible a innecesario. A ésos, como al plato rancio que supo permanecer mejor en el recuerdo, lo mejor es tirarlos. Por el bien de todos, vale arrojar ciertas creaciones a la basura.

Sólo así, el alma ligeramente aliviada, puede una ensayar de nuevo, apilando en alacenas oscuras lo que el tiempo dirá si supieron ser preparaciones, acaso felices, o testimonios semi-amargos del acierto o el fracaso.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

éste (cuento) es agua "pour faire passer". mientras piensas, una hora 0 en el día o en la noche.
a veces solo quedan algunos pocos para ayudar a lavar los platos no?
a veces no tuvieron hambre y se dedicaron más a arremeterle a las copas alrededor. qué sé yo. dónde hay secadores?

Mar dijo...

ya sabes, ultimo o pnultimo cajón... y siempre quedan las palabras... sigue en pie lo del café debido

Anónimo dijo...

listo...
por qué no explicas el color rojo

un café a tu salud

eu dijo...

lo que uno hace tiene el valor del momento.
personalmente creo que es necesario a veces ajustar un poco el engranaje de mis canciones, entonces las toco y las retoco, pero viste que toda obra tiene algo asi como una esencia que le es muy particular, seria la receta, o algo asi, el fosil me gusta mas, entonces es cuestion de quedarse con el fosil, con lo que no se ve de la obra...
en un cuento, en una poesia, en una cancion, siento que lo que se expresa va mas alla del sabor, del color y del olor, pero de todas maneras el mundo entra por los sentidos, asique hay que probar y probar y probar platos, siempre teniendo en cuenta las palabras del flaco aspirineta que rezan:
aunque me obliguen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor.
MAÑANA ES MEJOR.
te doy un abrazo inmenso, todavia no sali de viaje, estoy apestado de ciudad, pero feliz y sonriente y jadeando...

Mar dijo...

E: tú eres un gran cocinero de canciones, basta ver tus manos y el modo en que arrumbas los ojos al sonido... ya estoy aquí
anywho... qué color rojo?

Anónimo dijo...

ese que instabas a explicarles a los ciegos...

Anónimo dijo...

interesante

Mar dijo...

en realidad, cómo explicar un color a un ciego??
saludos ciudadano...