No puedes dormir, ella ya sabe que la estás mirando, aunque finge estar dormida, su respiración acompasada ha cambiado de pulso, de intensidad, puedes percibirlo bajo su escote rosado. Atenta, algo molesta, te escucha entrar, sentarse a su lado en la cama grande –tan parecida a la que compartieron alguna vez-. “No puedo dormir” le dices, y al decirlo te retrotraes, vas hacia atrás, recorres de nuevos sus caderas marcadas, sus ojos fieros, tan verdes que duele. Febril, repites, “no puedo dormir” seguro ya de que te escucha, percibiendo tu silueta igual, similar o idéntica a aquella, cuando te inclinaste sobre ella la primera, fogosa vez, en que la buscaste en tu propia cama.
Pero esta vez no es ésa. Mucho ha pasado y ella está genuinamente exhausta, ajena a tu deseo de cura arrepentido, de hombre escondido tras sus estudios, sus misas, su tequila barato. Cambias de táctica, rozas su brazo terso, aprovechas su duermevela y velas, concilias, tu tono intenso, lo disfrazas de urgida, genuina preocupación. “Cuéntame porqué hemos vuelto” le dices.
Y ella, resignada, entera en un suspiro hondo que la saca definitivamente del sueño, decide empezar, explicar, decirlo todo Mikele, esta vez, por el principio.
sábado, abril 28, 2007
viernes, abril 27, 2007
o no les ha pasado
Te hace frío y el sonido de la calle es mullido, apagado, casi como el sol, que ha decidido no mostrarse y se esconde tras las nubes. Te hace frío y te estrechas buscando el calor de quien duerme a tu derecha, y abres los ojos y la ventana, dejas entrar el aire fresco, hueles la lluvia y el parque, escuchas a los pájaros que cada vez son menos, que cada vez se silencian más, se aquietan antes de la temporada del Gran Silencio.
Sales a la calle e instintivamente subes el cierre de tu chaqueta, te cobijas dentro de la tela, queriendo aún estar en tu cama, buscas tu transporte casi sin alzar la vista, subes al vehículo y recién los ves, levantas la mirada y ahí están, poderosos, rodeados de nubes bajas, verde jaspeado e intenso contra el gris.
Te das cuenta, con un aleteo de narices y un estremecimiento, de que te has enamorado del otoño, que no hay nada que hacerle, que ya no tiene remedio.
Sales a la calle e instintivamente subes el cierre de tu chaqueta, te cobijas dentro de la tela, queriendo aún estar en tu cama, buscas tu transporte casi sin alzar la vista, subes al vehículo y recién los ves, levantas la mirada y ahí están, poderosos, rodeados de nubes bajas, verde jaspeado e intenso contra el gris.
Te das cuenta, con un aleteo de narices y un estremecimiento, de que te has enamorado del otoño, que no hay nada que hacerle, que ya no tiene remedio.
sábado, abril 21, 2007
entre muchas
Entre muchas, variadas, posibles, formas de lectura, creí haber conocido todas:
Aquella de quien espera el metro, el tren, el subte, y continúa a duras penas la lectura, apretado entre otros cuerpos distraídos a su manera, suspendido entre territorios familiares y demandantes, incómodos si cabe.
Aquella lectura diametralmente opuesta: lujuriosa, cercana al tibio sol de la tarde en el diván o espacio mullido favorito, acodado, echado, con el libro en alto y el cuerpo laxo, la mirada absorbida en el papel.
Aquellas intermedias, con sofás, asientos, mesas, lámparas de luz intercediendo.
Aquella acompañada, que se realiza a menudo en voz alta y que nos enamora desde chicos.
La desesperada, donde avistas a cualquier hilera de letras ajena a lo que estás haciendo: una página web abierta mientras haces la limpieza, un periódico en otra mesa del café, las hileras de libros que escaparán para siempre a tu lectura por que existen más de los que puedes aprehender, tú mirándolos, leyendo sus tapas ávido, sufriendo.
Todas. En la tina, en el campo, en el parque, en la mañana, en la noche, al filo de la tarde. Todas.
Y aún, obviaba unam amor, similar a la de leer para esperar(te).
Leer, pues, para sentirme acompañada, para llenar, aquilatar, tu ausencia.
Aquella de quien espera el metro, el tren, el subte, y continúa a duras penas la lectura, apretado entre otros cuerpos distraídos a su manera, suspendido entre territorios familiares y demandantes, incómodos si cabe.
Aquella lectura diametralmente opuesta: lujuriosa, cercana al tibio sol de la tarde en el diván o espacio mullido favorito, acodado, echado, con el libro en alto y el cuerpo laxo, la mirada absorbida en el papel.
Aquellas intermedias, con sofás, asientos, mesas, lámparas de luz intercediendo.
Aquella acompañada, que se realiza a menudo en voz alta y que nos enamora desde chicos.
La desesperada, donde avistas a cualquier hilera de letras ajena a lo que estás haciendo: una página web abierta mientras haces la limpieza, un periódico en otra mesa del café, las hileras de libros que escaparán para siempre a tu lectura por que existen más de los que puedes aprehender, tú mirándolos, leyendo sus tapas ávido, sufriendo.
Todas. En la tina, en el campo, en el parque, en la mañana, en la noche, al filo de la tarde. Todas.
Y aún, obviaba unam amor, similar a la de leer para esperar(te).
Leer, pues, para sentirme acompañada, para llenar, aquilatar, tu ausencia.
domingo, abril 08, 2007
creatividad vendada
Tengo la creatividad vendada. Como en una mullida pared blanquecina, mi creatividad descansa. Afuera está todo en torbellino: no atino siquiera a precisar los tonos y colores del día a día.
(¿Sabrán disculpar tales imprecisiones?)
Bebo, trabajo, fornico, duermo. Leo poco. La vida es toda un alegre campo de batalla. La literatura espejea, redondeándome, y nadie puede predecir hacia dónde me llevan mis tareas, mis tribulaciones.
Obedezco a un plan, me digo, sin saber si lo que me susurro es lento consuelo o vana excusa.
Y la prosperidad, como una confirmación, toca a mi puerta.
¿Cómo explicarles, entonces, tan feliz, irresoluta, existencia?
(¿Sabrán disculpar tales imprecisiones?)
Bebo, trabajo, fornico, duermo. Leo poco. La vida es toda un alegre campo de batalla. La literatura espejea, redondeándome, y nadie puede predecir hacia dónde me llevan mis tareas, mis tribulaciones.
Obedezco a un plan, me digo, sin saber si lo que me susurro es lento consuelo o vana excusa.
Y la prosperidad, como una confirmación, toca a mi puerta.
¿Cómo explicarles, entonces, tan feliz, irresoluta, existencia?
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