El síndrome de la página en blanco se conoce particularmente como un bloqueo, una pérdida súbita de la habilidad para comenzar o continuar un escrito. Se le hecha la culpa: a la falta de inspiración o creatividad. Se le niegan: otras posibilidades existenciales.
El síndrome del escritor-carretilla es completamente diferente, y hasta ahora sólo sé que quien lo padece se parece a mí, o que yo lo padezco a él. O algo parecido.
Una carretilla, sostiene la
wikipedia, es una herramienta utilizada para el transporte a mano de carga, generalmente de una sola rueda, con un cajón para apilar la carga, dos varas para dirigirlo (opuestas a la rueda, lo que ayuda mucho a la hora de, bueno, cargar pesos y transportarlos en una determinada dirección ) y dos pies en que descansa. Es un bicho muy útil; yo personalmente he transportado niños, perros, vitrinas y colchones en ella.
El primer hombre nacido bajo el signo de la carretilla fue descrito por
Hans Christian Andersen en un cuento acerca de una llave. No hacía nada si no le empujaban. (“Su padre”, explicaba Andersen, “le había empujado a la oficina, su madre, al casamiento, y su esposa al puesto de chambelán…”) Ni siquiera podía llegar a su casa. Por lo tanto, siempre era de adivinos saber cuándo se iba a comer allí; y el arte de recalentar la comida -para que no estuviese fría ni demasiado cocida para cuando él llegase- era practicado con la destreza de quien se dedica a la quiromancia.
El Chambelán pues, llega atrasado a comer, porque no puede avanzar si no se le empuja. Ahora sí podemos hablar del síndrome del escritor-carretilla, que se conoce particularmente no como un bloqueo, sino como una inmovilidad.
Aquél desgraciado escritor nacido bajo este signo funesto, no podrá avanzar sin ayuda. Sin acicate. Su padre, por así decir, tendrá que empujarle a la carrera de las letras, su madre a escribir su primera novela, su editor a publicarla. ¿Y cuando no hay alguien para empujar? ¿Cuando el escritor, desesperado, se siente con los dos pies descansando sobre la tierra –libre de carga o lleno no importa, esto es lo más grave- sin poder moverse? ¿Qué hacer?
Hay una serie de ejercicios que se recomiendan para aquellos escritores que sufren el bloqueo de la página en blanco. Incluyen un sinnúmero de supersticiones, que no explicitaremos en estas páginas.
En cambio, para aquél escritor inmovilizado, sólo hay una manera conocida de sacudirse la inercia:
Búsquese, de la manera más casual posible, a una persona con empuje, que lo lleve hacia la dirección equivocada (que lo inste a sacudirse, a trabajar y, sobre todo, a no escribir nada de ficción, por ejemplo). El método funciona a las mil maravillas. Cansado, agitado, harto de sentirse presa de la fiebre de otro, el espíritu del escritor se rebela. No puede, sin más, ser empujado como una carretilla hacia fines nobles, o fundamentalmente, económicos. Algo se agita dentro de sí, algo que es tan inexplicable como el milagro de la intuición de las primeras páginas. El mecanismo empieza a rechinar, y el escritor agarra empuje.
Ahí tiene Ud. a un escritor perfectamente desequilibrado, abandonado al empuje equívoco del otro, que ya no puede manejar sus riendas… que resulta en un escritor dichoso, productivo, interesante o desconocido, pero activo al fin.
Hasta el próximo -por supuesto, inevitable- inmovilizamiento.