Tengo una salamandra viviendo en mi estufa. El diccionario me dice que es un batracio urodelo parecido al lagarto, de piel lisa de color negro intenso con manchas amarillas simétricas. Especie de estufa de combustión lenta. La red me dice que es el espíritu del fuego y por lo general se la representa envuelta en llamaradas, lanzando fuego. La salamandra tiene la sangre tan fría que las llamas no la dañan en absoluto. O sea, una combinación de las dos anteriores.
Naranja a la llama azul de mis inviernos –con manchas negras y ojitos vivaces- gris en el calor de mis veranos, a veces hace ruido y me molesta, como una mísera ratita atrapada en mi alacena. Y sin embargo, se trata de mi salamandra, resguardada en mi estufita de tiro balanceado. Sospecho que se coló una noche de luna y tibieza, allá por el 2004. Las ciudades, como a todo, se estaban comiendo su terreno. Ya casi no hay fuegos de combustión perenne donde guarecerse, ni fogatas espontáneas.
Así que mi salamandra se limita a estarse quieta, en la mísera llamita que, por piedad, escojo no apagar cuando el frío cesa. ¿Cuántos años puede una salamandra sobrevivir en estas condiciones? ¿Dónde y cómo debería liberarla? ¿Es acaso posible, liberarla?
Temo que se sienta sola, su sexo minúsculo vacío de esperanza, ya que la posibilidad de un salamandro en el edificio, en la ciudad, es remota. Y por eso, cuando la escucho moverse, ahí en la llamita, pido por ella y su futuro. Necesitamos de todos los seres en la tierra.
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