martes, septiembre 12, 2006

lejos del paraiso

“Todos conocemos el árbol del Bien y del Mal, aunque, como en toda leyenda, tendemos a considerar como metáforas y simbología a esas antiguas y útiles descripciones realistas.
Verdaderamente, gustar del fruto del bien y del mal debió entenderse como exactamente eso: lograr el discernimiento orgánico de las cosas correctas y el orden correcto. Lo que entendimos mal fue el asunto de la serpiente: en realidad, el árbol mismo fue quien convenció a Eva de probarlo. La mismísima Docta Medicina, aún cuando ostenta un “árbol del saber” con dos serpientes a los costados en cada membrete e institución, no llega a entender el exacto significado de ese dibujo del Saber.
En fin, que el árbol del Saber tenga escamas y hable, no debería sorprender a nadie. Eso es lo que yo digo: que sangre al ser cortado, que engendre frutos de naturaleza iluminadora, que hable o que se mueva, que argumente o se desplace, no es más que una posibilidad más dentro de las perfectas posibilidades de lo Eterno. Además, otros árboles caminantes y sentientes han sabido ser registrados por los siempre despistados humanos. Aunque se da por supuesto que cualquier cosa que no se adapte al común tiende a pasar desapercibida. Apuesto a que ni siquiera sabeís qué facultades poseen los hierbajos de vuestro propio patio trasero. No se puede esperar mucho de quienes adoran a sus mascotas desde hace milenios y hasta ahora no saben qué quiere decir ‘guau’.
A lo que iba: tengo en mi casa un pequeño matorral del Discernimiento. Su existencia ha sido muy breve, no debe estar ahí más de cien años, lo que le hace un bebé de pecho en comparación a sus hermanos mayores. Brilla como el cuarzo, puesto que también posee algo el reino mineral, y supo camuflarse bastante bien hasta que las primeras hojas-iguana comenzaron a brotarle. Estas hojas son los primeros asomos del Árbol a la realidad circundante. Se pegan a todo, y con sus grandes ojos observan y transmiten al tronco todo lo que alcanzan a ver. Si se alejan mucho de él y no encuentran agua, rápidamente se secan y mueren, para luego ser dispersadas po el viento con el resto del follaje.
Una de ellas cayó sobre la punta de mi bota, hace un tiempo. Alcancé a verla sacudirse antes de que se secara y, hombre atento a lo Ordinario como me vanaglorio de ser, decidí investigar su origen en el acto. Siguiendo la estela de hojas-iguana no tardé mucho en vislumbrarlo. El Árbol se movía detrás de un antiguo seto que ha pertenecido a mi familia por generaciones. Como también soy educado, le saludé en voz alta y le insté a que se detuviera, para poder entretenernos con un poco de conversación. Veréis, el Árbol del Bien y del Mal es un poco suspicaz, pero su curiosidad puede más que su prudencia. Sin más preámbulo, agitó sus flores-labios en señal de reconocimiento, y emitió un silbido musical con ellos. Lo primero que hice fue empezar con un consejo, como signo de buena voluntad por mi parte: ‘Tus hojas-iguana empezarán a llamar la atención tarde o temprano’, le advertí, ‘puedo ver que estás curioso por el entorno que te rodea, pero los tiempos han cambiado mucho, los últimos cientos de años’.
Se podía ver que el Árbol me presentía con exactitud, y que estaba atento a mis palabras. Sin embargo, el hecho de saberlo todo respecto del Bien y del Mal no implicaba que el joven tronco hubiese experimentado la variada gama de emociones que conlleva ejercer tal conocimiento. Veréis, su castigo fue precisamente no ser expulsado, y está condenado –en general- a quedarse confinado a un rincón de la Tierra nada más. El pacto que logró ejercer con mis Antepasados Primeros, a espaldas del Creador, tal vez, fue que ellos vendrían a depositar a su sombra las experiencias habidas. Algunos pueblos han sabido mantener la costumbre mejor que otros, y aún se reúnen a cotillear bajo su sombra. Otros, más egoístas y desatentos, andan por ahí con sus barrigas llenas de experiencias atoradas, guardando todo para sí mismos. En cuanto a mi linaje, ya os lo dije, sabemos mantener las maneras, y las promesas, por generaciones.
Luego de una larga conversación, el Árbol me indicó que deseaba marcharse. Yo, a mi vez, me encontraba cansado y decidí retirarme, no sin agradecerle sinceramente su compañía. Esperaba verle una vez más, aunque se dice que todo hombre tiene sólo una chance para hacerlo en esta vida. Bastante sé yo de estas cosas, lo cierto es que charlar con el Árbol del Conocimiento te da una buena perspectiva.
Aún así, tal visión es intransferible y no se porqué pierdo el tiempo al intentar transmitirosla. Quizás se deba a que mis viejos huesos ya no son los de antes, aunque mi espíritu se mantenga joven. Era un buen Árbol, y aún doy una vuelta por el seto, a la vera del Bosque Viejo, esperando verle. Sí, es verdad, hacéis bien en señalarme que la esperanza no es una forma del discernimiento, pero, qué queréis, es lo que a fin de cuentas nos impulsa a caminar aquí afuera, lejos del Paraíso".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"...no es más que una posibilidad más dentro de las perfectas posibilidades de lo Eterno.""

Esa frase casi es Cosmología. Muy buena, como todo el evocador relato.

(No sé si lo habrás presentado a algún concurso: tengo en mente lo ocurrido con el Forastero)

Un saludo amistoso.

Mar dijo...

la verdad es q este relato no, me pregunto si vale no presentarlo en la red mientras se está en concurso... nueva legislación bloguera? saludos ibero