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Tiene 91 años y la intención de resucitar, aunque sea en forma de rana. El creador de anti-poesía con aires de anarquismo, Nicanor Parra, sigue vivo y suelto, como Parrita, el perro de la casa. Matemático, nacido en Chillán en 1914, con estudios en Estados Unidos e Inglaterra, autor de piezas tan fundamentales como “Poemas y antipoemas” (1954), “Artefactos” (1972), “Hojas de Parra” (1985) y “Poemas para combatir la calvicie” (1996) este antipoeta chileno vive desde hace años en Las Cruces, en la costa chilena del Pacífico.
Autor de versos tan desconcertantes como El hombre imaginario, sus escritos poseen la cualidad, la maravilla, de parecer nuevos cada vez que se los lee. Opuesto a la poesía de Neruda, basado en el habla popular, la bufonada, la risa entremezclada con las lágrimas, su “antipoesía” abunda en recursos cotidianos –sillas, mesas, ataúdes- y al decir de Hernán Miranda Casanova “ha ejercido un efecto germinador en distintos países del ámbito iberoamericano” lo que hace de él la figura más importante en la historia de la poesía hispanoamericana contemporánea.
Quizá porque la tierra costera de la que proviene es fecunda en poetas de la talla de Huidobro, Neruda, Mistral, lo que acabamos de decir parezca una enormidad. Sin embargo, hay que leerlo. Porque Parra, capaz de componer un Rap de la sagrada familia, once años después de celebrar su cumpleaños número 80 sentado sobre un ataúd; capaz de pintar con graffitis las paredes de su casa con la misma agilidad con la que crea objetos de arte a cada instante, (como esa hilera de máquinas antiguas de escribir, con el rotulito que dice “Máquina del tiempo”), es un ser que manifiesta una imaginación desbordante, innovadora, necesaria. Probablemente porque el ocaso de la poesía nos viene rondando, es bueno saber dónde encontrar, alguna vez, un verso fresco.
Más aún cuando sus “Obras Completas” se publican por fin en España, por la editorial Galaxia Gutemberg.