Cuando Miguel se despertó, ella ya se había ido. Pero volvería, lo probaban tres cosas: su billetera aún estaba llena, los ruidosos tacones que habían gritado sobre las mesas y sobre la calzada, -llenando de ecos y zarzuela las maderas del pequeño apartamento- estaban tirados en un rincón y eran sus sandalias de diario las que faltaban. Le dolía la cabeza, con ese retumbar propio del vodka mezclado con demasiadas copas. Quiso seguir durmiendo, antes de cerrar los ojos volvió a decirse que su pasión por las gitanas acabaría matándolo.
Lo despertó el olor del aceite mezclado con el humo de los fragmentos de Chavela Vargas que llegaban de la cocina. La Niña acababa de bañarse, su larga trenza dejaba un hilillo de agua que le lamía los senos. Sin interrumpir su canción, ella puso frente a él chorizo de Castilla, pan, tomates fritos y una copa de jerez. Ocultó, maliciosa, la botella de tinto que interrumpía de cuando en cuando sus arrebatos y boleros. Cuando Miguel no pudo resistir más tanta carne tersa dando vueltas, la sujetó de un diestro apretón bajo la falda y, tras morderla un poco, bruscamente la dejó sentarse.
Ella lo miraba comer aceptando su avidez y sus caricias con el mismo silencio burlón, la misma aceptación tranquila, animal, con la que recibía sus palabras duras, su maltrato. -"Hoy es domingo, cómo odio los domingos"- piensa él mientras engulle concentrado el almuerzo o desayuno. La Morena ya se ha quitado el rímel y el rojo de la boca, ¿o el rojo se lo había quitado él, la noche anterior? Se sintió miserable. El perfume de La Niña aún estaba enredado en sus cabellos, eso y todos los sucesos de la noche podrían borrarse en la ducha caliente.
Ese almuerzo, ¿o desayuno? Charlaron de guitarras flamencas y de cómo se adornaban las cunumis, aunque en general La Morena sólo abría la boca para comer o reírse, mostrando sus dientes anchos. El no olvidará la carcajada entre sorprendida y grosera que soltó La Niña cuando llegó a la parte en que describía el ritual por el que esas chicas indígenas de Bolivia debían perder la virginidad a la luz y solaz de toda la aldea. Su risa se hizo tan aguda que Miguel se acordó de los vecinos. Suspirando, se afirmó en su convicción de que hay ciertas cosas que no pueden ser. -"Voy a darme una ducha, linda, cuando salga no quiero saber si has estado aquí. Y guarda cuidado al volver, no vayan a enterarse dónde pasaste la noche esos tíos tuyos."- Ella no quiso suplicar y encajó la orden con un parpadeo rápido de grandes pestañas.- "Diablos, si al menos fuera menos ingenua. Si al menos se largara a llorar o armara escenas"- La ducha caliente produjo un ruido tibio, esclarecedor. La cambió a fría, para cuando cerró el grifo y terminó de frotarse enérgicamente la cabeza, ya estaba completamente despierto.
El apartamento olía a silencio y a sol de la tarde. Por un momento la imagen de La Niña apresurándose a través de la basura sin recoger, taconeando las calles absurdas del domingo antes de que anocheciera, se le escurrió como un rayo doloroso por la mente. Otro jerez le refrescó la tarde, empujando a sus problemas atrás, apagando el sonido de esos tacos-zumbido, acallando su resaca. Cuando esa noche avisaba a la poli del paradero del Morenito, del Tío y de Buñuel, repitió las exactas referencias con el tono cadencioso de quien ha sabido arrancar el secreto con caricias, con la brutalidad latente de quien ha convencido y ha tomado. Logró hacerlo sin pensar ni un momento en La Niña. A ella ya le tocaría llorar y sufrir, traficar influencias y heredar el negocio, olvidar amenazas y proferirlas. Le tocaría no aceptar, dejar de tragarse mierda por una caricia, le tocaría aprender a lágrima viva y restallazo de sangre cuándo desconfiar; y es que aún así no debiera haber abierto la boca.
3 comentarios:
te extrañaba guapo, qué quieres que t diga ;)
he pasado horas leyendo tu blogg... me alegra mucho haber encontrado este espacio...
entro siempre con el café de turno... y siempre se me enfría mientras te leo...
vero, una alegría que pases, veas y te agrade... un gran saludo
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